Españoles en la narrativa

Portada e inicio de 'La vuelta al mundo de un novelista', de Vicente Blasco Ibáñez

Autor: Xavier Ortells-Nicolau

 La narrativa de viajes o las ficciones inspiradas por la estancia de sus autores en Shanghai recogió a menudo la singularidad de la presencia española.  

Vicente Blasco Ibáñez, La vuelta al mundo de un novelista, libro II, 1924

Hasta los contados españoles que viven aquí resultan más interesantes y más ricos que los de otros lugares del Extremo Oriente. El cónsul de España, Julio Palencia y Tubau, hijo de un eminente comediógrafo y de una de las mejores actrices que tuvo nuestro teatro, está casado con una hermosa dama, nacida en Grecia, hija de un célebre político de dicho país. Este matrimonio de gustos artísticos, refinadamente intelectual, me invita a comer en su casa (una villa de frondoso jardín, cerca de la Concesión Francesa) con los principales individuos de la pequeña y prestigiosa colonia española, y escucho lo que me cuentan con verdadero interés, pues todos ellos, por su estado social, conocen a fondo el país.

            Uno de ellos, llamado Lafuente, es un arquitecto nacido en Madrid, que ha construido el Gran Hotel de Shanghai; otro, apellidado Ramos, es dueño de las mejores salas de cinematógrafo que existen en esta capital del placer; y Cohen (el millonario de la colonia) posee casi todas las ricshas circulantes en la ciudad, que ascienden a varios miles , lo que le proporciona un ingreso diario enorme, uniendo a tal industria otras de no menos consideración. Éste es el elemento civil que tiene España en Shanghai. El religioso aún resulta más interesante.

            Estoy sentado a la mesa frente a dos frailes que son al mismo tiempo dos hombres de acción, el padre Castrillo y el padre Cuevas, superiores de las misiones Agustiniana y Recoletana, existentes en China.

            El padre Castrillo, con su barbilla gris en punta y su frente voluminosa de hombre de tenaces voluntades, me hace recordar a los héroes de la conquista americana en el siglo XVI. En Shanghai lo respetan como si fuera uno de los fundadores de la moderna ciudad, admirándole además por sus dotes de organizador y financiero. Adivinó el porvenir de este puerto antes que lo ingleses, norteamericanos y todos los que explotan hoy sus negocios. Empleó los dineros de su comunidad (la de los agustinos del Escorial) en comprar terrenos alrededor del viejo Shanghai, en la peo de las épocas, cuando eran frecuentes las revoluciones y la sangre de enormes matanzas humanas corría por las riberas del río Azul.

            Hoy la ciudad se ha ensanchado considerablemente y muchos de sus edificios principales son propiedad de la orden representada por el padre Castrillo. Éste goza de tal prestigio financiero y conoce tan a fondo la población europea que vio formarse desde su primer núcleo, que los banqueros más importantes ingleses y norteamericanos, le piden informes y consejos en momentos de duda; y el fraile castellano, con su barbilla cervantesca, su sotana simple de clérigo y el sombrero de teja echado atrás sobre la cabeza voluminosa, va bonachonamente de un lado a otro, mirándolo todo con sus ojos que parecen distraídos y no pierden detalle. Basta cruzar con él unas palabras para convencerse en seguida de que es “alguien”.

Federico García Sanchiz, La ciudad milagrosa (Shanghai), 1926

Añádanse las pequeñas colonias de griegos, portugueses, belgas, escandinavos, los cuales fluctúan entre los doscientos y los trescientos individuos. La española no pasa de veinte expatriados, incluyendo a los misioneros. Constitúyenla supervivientes del ejército de Filipinas, soldados enriquecidos con diversas industrias, fieles a la humildad de su origen y a la sobriedad ibérica. Ni visitan la cárcel ni el cabaret. (122)

Una colonia, la española, destaca por su indeferencia, es decir, por la indiferencia de la patria respecto a sus veinte desterrados en Shanghai. Ninguno de ellos ha recibido el cablegrama revelador de la inquietud de sus familias. Hay más. Yo me he sentido corresponsal, y he telegrafiado a un diario madrileño, brindándole información, al suponerlo en cautiverio de agencias extrañas y manejando las tijeras contra la prensa londinense. Ni siquiera se me ha contestado con la negativa.

Estoica estirpe la nuestra. En un museo de Holanda hay una descolorida y pingajosa tienda de campaña, que perteneció a un caudillo de los Tercios de Flandes. Ese soldado, símbolo del triunfo, había escrito en las telas: El todo no vale nada. (272)

Portada de <em>El diablo blanco</em>, de Luis de Oteyza

Luis de Oteyza, El diablo blanco, 1928

Decidí comenzar sin más, yendo al Consulado de España. Tomé un richo, y dije al culí que actuaba de cochero y de caballo, que allá me llevase. ¿En marcha?...No; porque el culí no sabía dónde estaba eso.

Pregunté a un raquítico y descolorido anamita en funciones de guardia urbano, y resultó que éste también lo ignoraba. El Consulado de Francia, sí. Era un gran palacio que había dos calles después, paralelamente a la en que estábamos. Sin embargo, como al de España necesitaba ir yo...El de España debía estar en la concesión internacional, según aquel apreciable indochino.

En la concesión internacional repetí la pregunta a un robusto y bronceado indio, también guardia urbano y asimismo desonocedor de donde pudiese estar el Consulado de España. El de Inglaterra no tenía pérdida posible, pues constituí un soberano alcázar en el centro del Bund, ni el de los Estados Unidos, ni el de Alemania, ni el de Rusia, que todos...Claro, claro; pero yo necesitaba ir al de España, precisamente. Dejando al no menos apreciable bengalés con la palabra en la boca, di a mi culí, la orden de que me llevase al Majestic. Allí tendrían las señas.

Mas tampoco en el importante y concurrido hotel sabían nada del Consulado español. Pero mandarían un boy a que preguntase en la Aduana. En la Aduana tenían que saber dónde estaban todos los Consulados. Con un automóvil iría y vendría el boy a escape.

- Inmediatamente, boy. Ah, y si en la Aduana no lo saben, pregunta en la Central de Policía.

Oyendo esto me opuse a que partiera el boy. Que los polizontes buscasen al cónsul de mi patria resultaba excesivo. Iría yo, por de pronto a la Aduana, y aprovechando el automóvil, cuya marcha había de ser más rápida que la del richo.

Pues sí que comenzaban mis investigaciones fácilmente...¡Ni el Consulado conseguía encontrar! Pero en la Aduana me dieron las señas: 35 Jinkee Road. Bien. Las transmití al chófer. Mas cuando paró el automóvil, supuse que o me dieron mal las señas en la Aduana o en chófer las equivocó. Allí no podía estar el Consulado de España. En Shanghai una de las ciudades chinas que centralizan el régimen de la extraterritorialidad, los cónsules son personajes importantísimos. Gobiernan y administran, además de ejercer la justicia. Reunen en sí todos los poderes. Y el Consulado de España iba a residir en semejante edificio, mientras los otros tenían para residencia magníficas edificaciones...El número 35 de Jinkee Road es una casa de oficinas, y destartalada y sucia al extremos. ¡Imposible que allí! Pero sí; allí era: en el piso cuarto, puerta octava. 

Portada de 'Ramonchu en Shanghai: presencia de un español por tierras de Asia', de Julio de Larracoechea

Julio de Larracoechea, Ramonchu en Shanghai. Presencia de un español por tierras de Asia, 1941

A los poco días de su llegada, Ramonchu conoció al introductor del cinematógrafo en China, un compatriota suyo de bastante viso en la metrópoli del Whangpú. Las primeras representaciones cinematográficas, por él mismo organizadas, se dieron en la planta baja de la casa de té Tsing Ko, situada en la calle Fuchow. La novedad del espectáculo y lo moderado de los precios determinaron que el local se hallase muy favorecido por los chinos que podían permitirse el gasto. En el programa alternaban con las películas números de acróbatas y escamoteadores. (142)

En uno de los locales de planta baja de estas casas se leía en letras luminosas: "Sevilla". Era un restaurante que pertenecía a un marino español. Dejó éste su profesión para dedicarse al comercio en Manila, trasladándose luego a la urbe de Whanghpú. Se hallaba casado con una dama filipina y vivía en la misma avenida del Rey Alberto. No lejos del Hai-Alai, igualmente, se hospedaban numerosos pelotaris en una pensión española.

Por las mismas proximidades de la Concesión Francesa tenía su Beauty Parlour un peluquero compatriota de Aldabe, cuya clientela de damas era de lo más granado de la ciudad, y habían instalado su domicilio algunas familias de judíos españoles.

Otros compatriotas moradores de la Concesión francesa, en un barrio no muy alejado del Auditorium, eran los misioneros Agustinos Recoletos, que tenían su bonita residencia-procuración en la calle Molière.

Ramonchu frecuentaba el restaurante Sevilla, donde encontraba casi siempre algunos de sus compañeros. Había allí, además, vinos españoles y se podía comer platos y entremeses clásicos para el jóven: cocido de garbanzos, paella, conservas de pescado, aceitunas...(156) 

En la calle que lleva el nombre de la barriada [de las Legaciones, en Beijing] destaca la puerta de la representación de España. Es la única entrada de estilo chino, rasgo simpático y simbólico.

España es el país de las relaciones tradicionalmene amistosas con China. Sus ejércitos no irrumpieron en el Imperio de Enmedio cual hordas devastadoras. (231)

 

Citación recomendada

Ortells-Nicolau, Xavier. “Itinerario: Españoles en Shanghai: españoles en la narrativa”, Archivo China-España, 1800-1950, [fecha de consulta], http://ace.uoc.edu/exhibits/show/espanoles-en-china/espanoles-en-narrativa

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